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18

la revista Comforp

ENERO-MARZO 2015

I

I

CON NOMBRE PROPIO

Allí rezábamos las oraciones, los sába-

dos se rezaba el rosario; guardábamos

la fila y permanecíamos todo el acto

en pie excepto los alumnos de cuarto

curso que tenían bancos para perma-

necer sentados. Esto suponía que si no

había ningún incidente, la hora real

de salida era, los días normales a las

seis y media y los sábados a las siete.

Ni que decir tiene que la vigilancia

en la capilla era total y que no can-

tar suponía como castigo mínimo ir el

domingo a las cuatro de la tarde. Pre-

sencié la expulsión de la escuela de un

alumno de cuarto curso por negarse a

cantar. Era obligatorio asistir a misa

mayor todos los domingos y fiestas de

guardar, esta asistencia era contro-

lada por un alumno de confianza que

nos recogía la cartilla, nos ponía un

sello y nos la daba para el próximo

día. Estas cartillas eran revisadas pe-

riódicamente y podían dar lugar por

un determinado número de faltas, no

justificadas, a ser expulsado.

La verdad es que si no eran muy fre-

cuentes estos castigos, era porque se

observaba por parte de los alumnos

una buena conducta, en gran parte,

por temor a las represalias de los cas-

tigos físicos. Sin contar el temor de

conciencia que nos infundían por los

pecados, que podían ser veniales o

mortales. En caso de caer en pecado,

estaríamos condenados y por supues-

to seriamos expulsados de la escuela.

Esta disciplina tan férrea nos alejaba

más que nos unía a la iglesia y a los

salesianos.

Decir que teníamos una asignación

económica por cada día de asistencia

a clase en los cursos tercero y cuarto.

Siendo la asignación de tres pesetas

para los alumnos de tercero y de cua-

tro pesetas para los alumnos de cuar-

to. Esta asignación en aquellos tiem-

pos de penuria era muy bien acogida

en casa.

A finales del mes de junio del año

1955 en el patio central se celebró la

entrega de diplomas a todos los que

terminamos aprobando el cuarto cur-

so. El conseguir la titulación de Oficia-

lía facilitaba poder continuar y hacer

Maestría, Peritaje, e ingresar en una

Universidad Laboral. Las Ingenierías

terminadas por este camino estaban

altamente cualificadas y consideradas

de alto nivel.

Pasados unos días fui a la Insti-

tución, para recoger una carta de

presentación que me facilitaba un

puesto de trabajo en una de las em-

presas industriales más importantes

de Madrid. La empresa “Boetticher y

Navarro” estaba ubicada, en el barrio

de Villaverde, junto a la carretera de

Andalucía.

Las categorías profesionales dentro

del mundo laboral estaban estableci-

das por edades y eran las siguientes:

14 Años Aprendiz de primer año.

15 Años Aprendiz de segundo año.

16 Años Aprendiz de tercer año.

17 Años Aprendiz de cuarto año.

18 Años Oficial de 3ª o Peón.

A la vista de estas calificaciones está

claro que aún con el Título de Oficia-

lía, que conseguíamos en La Paloma,

en el mundo laboral había que esperar

a la mayoría de edad, dieciocho años,

para ser cualificados como Oficiales.

Empecé aquí mi vida laboral con

diecisiete años y la finalicé al cumplir

los sesenta y cinco, edad mínima para

tener derecho una pensión de jubila-

ción correspondiente al cien por cien,

según lo cotizado. Creo que aporté a

las arcas de la Seguridad Social, du-

rante cuarenta y ocho años, lo sufi-

ciente para garantizarme la pensión

por jubilación que ahora percibo.

Juan José García Aragonés

Nº 70 Promoción año 1955